Ernest Hemingway solía decir que transitar la vida con nostalgia era vivir en estado de negación.
Añorar aquel pasado, recordarlo con tanta pasión… casi sintiéndolo de nuevo en nuestras manos, para así poder moldearlo y no dejarlo escapar. Abrazar aquel espejo que se quedo a miles de kilómetros, y sin embargo seguimos creyendo que aún nos refleja fielmente.
Vivir en el recuerdo, sentir en el pasado, estar lejos de uno.
Es negarse. Es negarlo.
En nombre del dolor y de esa nostalgia que se cree reina y madre de todas las circunstancias, cometemos muchas estupideces. Estupideces que sólo nos alejan más de lo único que en definitiva nos queda: el hoy. Nuestro presente, como bien lo dice su nombre, nuestro regalo.
Lo único moldeable, lo único que nos pertenece y de lo que somos totalmente responsables.
¿Vamos a tener el valor de hacernos cargo de ese hoy? ¿O va a seguir siendo más cómodo buscar el espejo y regalarle una lágrima naranja en todas las malditas tardes grises?
Se te permite sólo una última mirada hacia atrás para empezar a desenvolver este paquete con una mueca muy parecida a la felicidad.
Ahora si.
Prendé la luz.
Iluminá el cuarto.
Y vas a ser el encargado de que así permanezca sabiendo que, como decía Stephen King, el tiempo lo toma todo, lo quieras o no. El tiempo lo toma todo, el tiempo se lo lleva y al final solo hay oscuridad. A veces encontramos a otros en esa oscuridad. Y a veces los perdemos allí de nuevo.
Vos elegís.