09 febrero 2013

Gritito.-


He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por la ambición, la codicia, la rutina, el confort, el sálvese quien pueda arrastrándose por redacciones, consultoras, despachos oficiales, empresas, buscando un puesto donde acomodar su sed de dinero y fama pasados de drogas baratas persiguiendo la conexión material con el poder que les quite el hambre de gloria, la pena de ya no ser, la promesa de felicidad en cuotas. Encarnados en la pobreza fatal de los noventas fumábamos con miradas y sueños vacíos en los subsuelos del hastío, flotando sobre una ciudad atronadora de mentiras y represión al ritmo sincopado del rock que atravesaron las murallas de una universidad decadente con un titulo más prominente que real
y después salieron a lamer la mano del amo y postrarse ante la La Señora Realidad. No fueron expulsados de las academias con sus obras cuasi procaces, al contrario los premiaron por conjugar la rebeldía con la convención, arrestados y perseguidos por el policía de turno, con un fino paraguayo en el bolsillo, ahora escoltan a los verdugos que insisten en masacrar la libertad que nos queda. Hablaban horas interminables frente a lineas de merca, botellas de cerveza, vasos vacíos de revoluciones, de anarquías, de cambios siderales, hoy sentados frente a botellitas de agua saborizada repiten los versos que otros escribieron para lucir la escarapela civilizada que se consagra sobre el sacrificio de los bárbaros que partían en trenes abandonados con destino incierto hacia playas lujuriosas, terrenos vírgenes o ciudades invisibles. Ahora si no tienen los pasajes sacados, los gastos pagos y la fecha de regreso prefieren mirar la naturaleza y el dolor humano por televisión que inauguraban fanzines incendiarios, radios ruidistas, festivales suicidas, orgías subterráneas para cabezas derrapadas. Hoy festejan cuando la fiesta termina, cuando los outsiders desaperecen, cuando los raros son condenados que invocaban el fantasma de Artaud, la furia de Bukowsky, la oscuridad de Lynch, la energía liberadora del rock que militaban la noche y el reviente hasta el éxtasis demoníaco, con hígados lacerados, manos curtidas, frentes frenéticas, hasta la intemperie del descanso con los pies en la cañada. Ángeles intoxicados y confusos, bestias ambiguas del humor y el escepticismo los veo desayunar noticias corporativas, almorzar con gente sin swing, hundidos en bebidas caras para apagar el monstruito traicionado, la divinidad sacrificada. Andan encerrados en los VIPS del panóptico social, miran sobretodo porque son mirados, atendidos, conocidos... en este penal contemporáneo brindo por ellos, por ellas, por la poderosa maquinaria de la inquisición urbana que se devoro las mejores mentes de mi generación...


PABLO RAMOS.

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