Mr. Brookshire sabía que la vida ya no sería la misma.
El crujido de la mecedora que siempre lo adormecía había perdido su efecto. Ingresó a la casa, encendió su pipa, miró alrededor.
Ya nada sería lo mismo.
Con calor en sus labios y frio en su interior, decidió que era hora de seguir.
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