La otra noche me reuní a ver un par de películas con una amiga. Últimamente alquilamos mucho dibujitos animados porque nos cansamos de clavarnos con las de gente de carne y hueso (o somos estúpidas para elegir, o las películas vienen cada vez peor), pero esta vez alquilamos una de terror de gente real: “El hombre de la bolsa” o “Boggie Man” como más les guste. Y me acordé de Don Adolfo, el croto barbudo que caminaba siempre con la bolsa a cuestas y con las botas rotas en la punta que le hacían asomar todos los dedos sucios. Mucha gente lo conocía en la ciudad, pero en el barrio de mi abuela (que con el tiempo se transformó en mi barrio), donde yo pasaba gran parte de mi tiempo jugando con mis primos, Don Adolfo era un clásico. No había tarde en que no lo viéramos venir y corriéramos a escondernos adentro de la casa y a espiarlo por la ventana sin movernos ni un milímetro. Obviamente ese miedo era alimentado por los mayores de las familias de todo el barrio, que utilizaron el hecho de que el pobre viejo llevara siempre una bolsa para asustarnos diciéndonos que a los chicos que se portaban mal se los llevaba ahí adentro. El viejo no le hacía nada a nadie, a lo sumo jeteaba algún cigarrillo o te pedía unas monedas y si alguien le caía mas o menos bien (caso de mi viejo) entraba en confianza y no paraba más de hablar de sus historias pasadas escupiendo una baranda a vino asquerosa. También era normal verlo tirado en la puerta de las Iglesias esperando la salida de los fieles que al final de la misa, con el alma más “blanda”, podrían quizás tirarle algún manguito. Pero su ámbito era la calle Boulevar Roca. A veces cuando venía borracho, los chicos más grandes del barrio empezaban a putearlo (seguramente en venganza de tantos años de miedo al pedo), acto seguido el viejo empezaba a juntar cascotes, los cagaba a piedrazos, salían las madres en defensa de sus grandotes ya pollitos y todo el barrio inmerso en una gran quilombo de gritos, insultos y proyectiles volando. Hasta que se cansaba de arrojar piedras, pegaba media vuelta y como si nada hubiera pasado se cargaba la bolsa al hombro y seguía camino rumbo a su choza, un pozo cubierto por un improvisado techo de chapa y dos palos sosteniéndolo, ubicada en el baldío al lado de la universidad. Para todos era normal verlo caminando por el barrio, pero para nadie fue anormal no verlo. Nadie notó su ausencia o quizá alguien si, seguramente los chicos que ya no corrían a esconderse cuando lo veían venir a lo lejos. Hasta que un día un vecino se quejo por malos olores en la zona cercana a la UTN. Y ahí lo encontraron, en su pozo-choza, tirado adentro, muerto.
La muerte de Don Adolfo fue noticia, salió en canal 4 (guauuu la de hechos retumbantes que pasan acá que la muerte de un croto sale en el “noticiero”) y apareció una hermana rica diciendo una sarta de boludeces que nadie creyó, pero en fin, Don Adolfo ya se había muerto, croto como siempre lo conocimos.Bueno en fin, la película me recordó a Don Adolfo, que no se llevaba a los chicos en la bolsa como el protagonista ni nada por el estilo, pero puedo asegurar que verlo venir caminando con su larga barba sucia, los dedos saliendo de sus botas rotas y esa “misteriosa bolsa” al hombro cuando era chica me daba mucho más miedo y adrenalina que la película.
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